Nuestros Pilares

El fundamento y sostén de nuestro Instituto son Jesús y nuestra Madre Santísima de la Altagracia. Su presencia amorosa y misericordiosa va caminando con nosotras, dándonos la seguridad de que este proyecto es obra suya. No obstante, hablamos de pilares en el contexto congregacional al referimos a las personas que han puesto las bases y han sido soporte en la estructura del edificio congregacional, desde sus orígenes.

HNA. MARÍA ALTAGRACIA GIL SOLÍS –MADRE TERESA–, REFORMADORA

Nació en La Vega, República Dominicana, el 26 de enero de 1940. Hija de la señora Teresa Solís y el señor Juan Gil. Desde muy pequeña conocía la vida de Santa Teresa de Jesús, a la cual deseaba imitar en su vida espiritual. Su juventud transcurrió como una joven normal de su tiempo, compartiendo con sus familiares y amigos. La vida de la madre Teresa ha sido un regalo para nuestro Instituto. Como consagrada fue una mujer de Dios y vivió para Él, mostrándonos con su entrega y testimonio que sólo el encuentro con el Señor nos da el verdadero gozo y la plenitud de la vida. Desde el momento de la Reforma supo afrontar con entereza y audacia los desafíos propios de la misión que emprendían. Se caracterizó por su espíritu de fe, esperanza y sacrificio; disponibilidad, acogida y servicio desinteresado, procurando siempre el bien común. El temor de Dios la hace actuar con rectitud de intención. Era muy atenta, disfrutaba visitando las familias, fiel orante, amante de la adoración al Santísimo Sacramento y un gran amor a la Santísima Virgen.

Dimensión vocacional y compromiso eclesial y congregacional

Sintiendo el deseo de santidad y de entregar su vida a Dios a través del servicio a los demás, en 1964 entra en contacto con la madre Petra para ingresar a la Congregación Hnas. Misioneras de Nuestra Señora de la Altagracia, sin pensar en la trayectoria que le tocaría vivir. Sus primeros votos los hizo el 15 de marzo de 1967 y su profesión perpetua el 15 de marzo de 1970. La frase de su profesión religiosa es: Consumase Señor mi vida en tu servicio, como llama ante el Sagrario.
La madre Teresa desde los primeros años de vida religiosa se ha caracterizado por un profundo amor a la Congregación, una marcada identificación con la Iglesia y respeto a sus pastores.

En 1977 se origina la Reforma Congregacional, siendo escogida por el Señor para dirigir el grupo reformado como Superiora General, servicio que desempeño con mucha dedicación durante catorce años, afrontando con valentía, disposición y fe las dificultades propias del inicio de esta experiencia nueva, ayudando a cimentar el nuevo grupo de Hermanas Hijas de la Altagracia.

Partió a la Casa del Padre el 24 de diciembre del 2023.

Rvdo. P. Benito Blanco Martínez, S.J.

Co-fundador del Instituto Hermanas Hijas de la Altagracia

Nació el 15 de enero de 1928, en Santillán Vega, un pueblecito de Palencia, España, pero pasó la mayor parte de su vida en América Latina y el Caribe. Su ingreso a la Compañía de Jesús fue el 30 de junio del año 1943 y su ordenación sacerdotal se realizó el 31 de julio de 1957.
Las Hermanas Hijas de la Altagracia desde el 1977 y hasta el 2011 tuvimos el privilegio de gozar de la dulce compañía del Reverendo Padre Benito Blanco Martínez, S.J. a quien otorgamos el título de Cofundador por la extraordinaria labor que, junto a la Madre Teresa y la primera comunidad de hermanas, realizó en favor de la consolidación de esta nueva familia religiosa, orientándolas con sabiduría en la difícil tarea de dar continuidad al Carisma y la Espiritualidad, siendo fiel al proyecto originario; brindándole su incondicional apoyo: humano, espiritual e intelectual; ofreciéndole protección y seguridad como un verdadero padre espiritual.

El Padre Benito colaboró de manera directa para adquirir la aprobación de la Congregación como Instituto Religioso de Derecho Diocesano y a su vez de las Constituciones, alcanzada el 15 de agosto del 1996.
Valoramos sobremanera su presencia en las actividades y acontecimientos importantes del Instituto, orientándonos con sus sabios conocimientos: los Capítulos Generales, las asambleas, las fiestas del 21 de enero y el 15 de agosto, en las que casi siempre recibía los primeros votos de las hermanas. Su acompañamiento constante nos hizo sentirlo y reconocerlo como miembro muy importante de nuestra Congregación. Nos corregía de manera fraterna y personal. Una de sus grandezas fue el respeto que siempre mostró hacia nuestro Carisma y Espiritualidad como Hijas de la Altagracia, en su capacidad de acompañarnos en nuestros procesos para que fuéramos tejiendo la propia historia sin interferir en ella. Sin embargo, no podemos negar que, como un Jesuita identificado con su Espiritualidad, la naturalidad con que vivió su Carisma y su amor a Jesús nos contagiaba.

Le gustaba compartir sus experiencias de vida como una manera de fortalecer nuestra entrega y entusiasmarnos en la vocación. Hizo vida el lema de la Compañía: En todo amar y servir. Su coherencia de vida, su ternura y sencillez en el trato con las personas hizo que, tanto nosotras como nuestros amigos y colaboradores, lo amáramos entrañablemente.
Recibió dones especiales y lo supo poner al servicio en las misiones que le tocó desempeñar. Uno de esos dones fue ser un gran conciliador, agente de paz, de unidad y esperanza; en todo y en todos veía bondad.
Fue llamado a la casa del Padre a los 83 años de edad, el 25 de agosto 2011. Al momento de su deceso se desempeñaba como superior de la comunidad en la Casa de Espiritualidad Manresa Loyola, Santo Domingo, República Dominicana.
Tras su partida a la casa del Padre su legado, sus valores, su persona y los rasgos de la Espiritualidad Ignaciana que nos transmitió han quedado como semilla fecunda sembrada en nuestros corazones y el Instituto, los cuales fructificarán para siempre entre nosotras.

Primera Comunidad del Instituto Hermanas Hijas de la Altagracia

Las hermanas que formaron la primera comunidad de la refundación son reconocidas como pilares de la congregación. Ellas con audacia y espíritu de trabajo sacrificial impulsaron el proyecto que Dios puso en sus manos: dar continuidad al Carisma, con la plena convicción de que Dios las acompañaba.
Contemplando la entrega de su vida descubrimos que en el modo de proceder y vivir su consagración a Dios han dejado a las generaciones presentes y futuras un gran legado. Su vida personal y comunitaria estuvo marcada por valores que, a la luz de este legado, estamos llamadas a fortalecer.