Residencia para Adultos Mayores

“En diversas ocasiones y de muchas maneras Dios habló a nuestros padres por medio de los profetas”. Al llegar la plenitud de los tiempos nos ha hablado por medio de su Hijo (Hbr 1,1-2) (Gal 4,4), la Palabra encarnada que, asumiendo nuestra frágil condición humana “puso su Morada entre nosotros” (Jn 1,14) y nos ha hecho participar de su vida divina, eligiéndonos para ser sus hijos adoptivos, según el beneplácito de su voluntad” y enriqueciéndonos con “toda clase de bendiciones espirituales Ef 1,1-5).

El Dios encarnado perpetúa su presencia redentora en la humanidad, se nos revela, sale a nuestro encuentro y desea con ansias que le encontremos en los diversos escenarios geográficos y existenciales donde la Caridad y el celo ardiente por la salvación de las almas nos llaman a servir.

En sintonía con nuestro Carisma, en el desarrollo de la misión apostólica, somos constantemente llamadas al encuentro con el Dios encarnado, Cristo pobre y abandonado. Este encuentro con Jesucristo marca un nuevo horizonte y una orientación decisiva a la vida. De ahí que la naturaleza misma del cristianismo consiste en reconocer la presencia de Jesucristo y seguirlo (Cfr. DA 243). Esa fue la hermosa experiencia de aquellos primeros discípulos que, encontrando a Jesús, quedaron fascinados ante la excepcionalidad de sus palabras y el modo cómo los trataba, correspondiendo al hambre y sed de vida que había en sus corazones (DA 244); “y se quedaron con Él el resto del día” (Jn 1,39).
Así, como los primeros discípulos también nos viene bien preguntar ¿Maestro, donde vives? ¿Cuáles son los lugares, las personas, las realidades, los dones que nos hablan de ti y nos ponen en comunión contigo? Encontrar a Cristo en los diferentes escenarios y lugares, ante todo periféricos de la vida y servirle con entrega desmedida es para nosotras una responsabilidad indeclinable.

La vida de Jesús desde su encarnación nos mueve hacia las periferias existenciales, “a escuchar a Dios  allí donde la vida clama”. correr riesgos en las realidades humanas de maltrato y exclusión, donde la desesperanza, la violencia, la cultura de muerte, la impunidad y la desigualdad parecen imponerse. La invitación es clara: “Compartirás tu pan con el hambriento, los pobres sin techo, vestirás al que veas desnudo, y no volverás la espalda a tu hermano” (Is 58,7). 

Acompañando a los Adulto Mayores en terapia ocupacional, lo cual les permite saberse útil y conservar su autonomía a pesar de los años.