“TOCANDO LA ESENCIA DE NUESTRA ESPIRITUALIDAD”

“Espiritualidad de la Encarnación desde el Hágase de la Santísima Virgen María”

MISIÓN E IDENTIDAD ESPIRITUAL
 
La esencia del Don Carismático está atravesada por la Espiritualidad de la Encarnación,
“misterio que une lo humano y lo divino”. De ahí que nuestra Espiritualidad nos configura con
el Dios encarnado: Cristo pobre y desamparado, que vino a servir a la humanidad (Mt 20,17-28)
y desea ser amado y servido en los pobres y necesitado (Mt 25,40).
 
Contemplar al Dios encarnado que nos desafía a descubrir los lugares periféricos donde la vida
clama y está amenazada, saliendo al encuentro de las realidades humanas de maltrato, pobreza y
exclusión desde la escucha atenta que humaniza y la entrega gozosa que crea fraternidad.
Por nuestra identidad espiritual somos llamadas a aprender de Jesús que, desde su humanidad,
nos enseñó a tocar la vida de manera evangélica expresado en actitudes de desprendimiento,
compasión, mansedumbre y humildad.
“Nuestro Carisma es esencialmente apostólico, brota de la experiencia de Dios y es expresión del
amor maternal de María, manifestado en el trabajo por la liberación integral de la persona:
cooperando con la Iglesia en los ministerios parroquiales y en obras de bien social entre los más
necesitados” (Const. 3).
Nuestra espiritualidad nos configura también con la Santísima Virgen María de la Altagracia,
Madre y Virgen generadora de vida, que por su Hágase y la obediencia de la fe acoge la Palabra
(Lc 1, 38) y se pone en camino para ofrecer la salvación de la que Ella es portadora (Lc 1, 39-
45),
Las Hijas de la Altagracia, iluminadas desde esta vocación de sierva de la Santísima Virgen
María, renovamos la conciencia de que la vocación es una llamada a servir a Dios con
generosidad y si reservas.
En sintonía con Cristo que no vino a ser servido, sino a servir (Mt 20,28) y con María, primera
servidora” Lc 1,26-45) (Const. 4) hacemos vida, en cualquier parte del mundo y en cualquier
obra de bien social, el servicio y la liberación integral de los más necesitados (Const. 67).

Misterio de la Encarnación

La Encarnación es el Misterio que atraviesa toda la experiencia Carismática de la Congregación. El Hijo de Dios se hizo hombre (Cf. Lc 2, 1-20). Dios se despoja de su rango y entra en la humanidad para llevar a cabo la salvación (Fil 2,5-8), y su salvación abraza al hombre en su integridad. Como Hijas de la Altagracia somos invitadas a “vivir una encarnación completa en el mundo de los más pobres y necesitados” (Const. 64). Encarnar en nosotras la esencia de nuestra Espiritualidad nos lleva a reflejar en cada experiencia vivida la relación con los pobres y, por tanto, la identificación con Cristo.

El Don Carismático se concretiza en una misión, el Dios Encarnado tiene un rostro: Cristo pobre y abandonado, revelado en Mateo 25. Este es el misterio que estamos llamadas a contemplar y a descubrir en los rostros sufrientes de los pobres, porque son rostros sufrientes de Cristo (DA 393). Pues «Cuanto hicieron con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron»

(Mt 25, 40).

Jesús habla de servicio en el contexto del tercer anuncio de la Pasión (Mt 20, 17-28); el Dios Encarnado es el que ofrece su vida para la salvación y liberación del género humano. De nuestra fe en Cristo y de la experiencia que anima el Don Carismático como fuente inagotable ha de brotar nuestra solidaridad como actitud permanente de encuentro, hermandad y servicio, manifestada en opciones y gestos visibles, principalmente en la defensa de la vida y de los derechos de los más vulnerables y excluidos, así como también el continuo acompañamiento en sus esfuerzos por ser sujetos de cambio y transformación de su situación (DA 394). 

 

Así somos invitadas a la configuración plena con Cristo, pues como Él somos llamadas para los demás, enteramente orientadas hacia el Padre por el amor y entregadas del todo a su servicio salvador (Const. 9b). Desde esta perspectiva hacemos nuestras las palabras del Papa Francisco, cuando dice:

“Jesús toca la miseria humana, invitándonos a estar con Él y a tocar la carne sufriente de los demás”. Es una expresión que se sitúa en la más pura tradición de san Ireneo, el teólogo de la carne de Cristo. Y significa palpar la realidad del misterio de la encarnación del Señor, que ha tomado una carne real, no imaginaria, que ha muerto realmente por nosotros y que ha resucitado con su propia carne, no en otro cuerpo dado en la resurrección. Palpar la carne de Cristo en los pobres significa percibir la prolongación de Cristo en cada una de las personas que sufren en el alma o en el cuerpo. Hay que «aprender a discernir y descubrir esos cobertizos personales o comunitarios que nos mantienen a distancia del nudo de la tormenta humana; que nos impiden entrar en contacto con la existencia concreta de los otros y nos privan, en definitiva, de conocer la fuerza revolucionaria de la ternura de Dios”.

Papa Francisco: “Jesús toca la miseria humana, invitándonos a estar con él” | ZENIT – Español, Junio 29, 2018

El Hágase de la Santísima Virgen

Como Hijas fuimos llamadas por el Señor a participar con la Madre de su misma vocación de sierva, en una identificación más profunda con ese hágase que la llevó a decir si al Señor en una entrega total. Iluminada desde esta vocación renovamos la conciencia de que la vocación es una llamada a servir a Dios, con generosidad y alegría, con constancia y humildad. No se trata de realizar un oficio, sino de llevar a Cristo en el corazón para poderlo ofrecer sin reservas a los demás.

Presencia de María en el seguimiento de Jesús como Hijas de la Altagracia

“La presencia de María junto a nosotras nos ilumina en el seguimiento de Jesús.  Al imitarla en su relación con Dios descubrimos la Maestra de la vida según el Espíritu” (Const. 37).

Existe a nivel general la profunda convicción de que nuestra Madre de la Altagracia está en medio de nosotras, siendo luz en nuestro caminar, a ella acudimos sin temor a ser defraudada, ese espíritu se nota y se va transmitiendo en medio de nosotras de forma natural y vivencial. Por esocreemos firmemente que “la relación filial con María es el camino privilegiado para la fidelidad a la vocación recibida y una ayuda eficaz para avanzar en ella y vivirla en plenitud” (VC 28).  Su Fiat es una motivación para nuestra vida de entrega y perseverancia en el seguimiento de Jesús.

La Virgen María, es la que nos anima y conduce por los caminos de su Hijo y nos enseña el modo particular del verdadero seguimiento. Por eso hemos experimentado su presencia materna de manera constante, compasiva y misericordiosa en toda nuestra vida de consagradas y a lo largo de nuestra historia congregacional. María de la Altagracia con su maternal protección es dueña y señora de este proyecto