Instituto Hermanas Hijas de la Altagracia

Imagen tomada en el contexto de la Celebración del VII Capitulo General, Eucaristía del Espiritu Santo.
MISIÓN E IDENTIDAD ESPIRITUAL
 
La esencia del Don Carismático está atravesada por la Espiritualidad de la Encarnación,
“misterio que une lo humano y lo divino”. De ahí que nuestra Espiritualidad nos configura con
el Dios encarnado: Cristo pobre y desamparado, que vino a servir a la humanidad (Mt 20,17-28)
y desea ser amado y servido en los pobres y necesitado (Mt 25,40).
 
Contemplar al Dios encarnado que nos desafía a descubrir los lugares periféricos donde la vida
clama y está amenazada, saliendo al encuentro de las realidades humanas de maltrato, pobreza y
exclusión desde la escucha atenta que humaniza y la entrega gozosa que crea fraternidad.
Por nuestra identidad espiritual somos llamadas a aprender de Jesús que, desde su humanidad,
nos enseñó a tocar la vida de manera evangélica expresado en actitudes de desprendimiento,
compasión, mansedumbre y humildad.
“Nuestro Carisma es esencialmente apostólico, brota de la experiencia de Dios y es expresión del
amor maternal de María, manifestado en el trabajo por la liberación integral de la persona:
cooperando con la Iglesia en los ministerios parroquiales y en obras de bien social entre los más
necesitados” (Const. 3).
Nuestra espiritualidad nos configura también con la Santísima Virgen María de la Altagracia,
Madre y Virgen generadora de vida, que por su Hágase y la obediencia de la fe acoge la Palabra
(Lc 1, 38) y se pone en camino para ofrecer la salvación de la que Ella es portadora (Lc 1, 39-
45),
Las Hijas de la Altagracia, iluminadas desde esta vocación de sierva de la Santísima Virgen
María, renovamos la conciencia de que la vocación es una llamada a servir a Dios con
generosidad y si reservas.
En sintonía con Cristo que no vino a ser servido, sino a servir (Mt 20,28) y con María, primera
servidora” Lc 1,26-45) (Const. 4) hacemos vida, en cualquier parte del mundo y en cualquier
obra de bien social, el servicio y la liberación integral de los más necesitados (Const. 67).
ELEMENTOS DE NUESTRA IDENTIDAD ESPIRITUAL
 
 

Saludo:

“Bendita sea María, por siempre bendita sea”
La presencia de la Santísima Virgen María junto a nosotras nos ilumina en el seguimiento de su
Hijo (Const. 37). Al pronunciar nuestro saludo procuramos hacer presente a nuestra Madre,
invitando con ello a amarla y bendecirla, ante todo, con el testimonio de una vida virtuosa, con
Ella lo hizo.

Nuestro lema: “Por los pobres a Jesús” Nuestra Espiritualidad nos configura con Cristo pobre y abandonado, que desea ser reconocido, amado y servido en los pobres y necesitados.
 
La letra M: Simboliza la presencia maternal de la Santísima Virgen María, nuestra querida Madre y Patrona del Instituto.
 
La Estrella de Belén: Manifiesta el Misterio de la Encarnación, tal como aparece enunciado en la iconografía de la sagrada imagen de la Altagracia.
 
La Cruz: representa el Misterio de la Redención y liberación integral del ser humano.
 
El circulo de estrellas: Queda representada la dimensión eclesial, por nuestra inserción en la Iglesia. Realizamos nuestra misión en la Iglesia y en comunión con ella.

Consagración a la Santísima Virgen

La oración de Consagración a la Santísima Virgen que oramos todos los días en comunidad, nos
pone en sintonía con principios fundamentales de nuestro ser de Hijas de la Altagracia, desde la
llamada a cumplir los designios divinos de nuestro Señor Jesucristo, que es la gloria de Dios y la
salvación de las almas.
 
Oración de consagración:
 
“Madre Amantísima de la Altagracia y tierna Madre de los hombres, para cumplir los designios
de tu Divino Hijo y los deseos del vicario de Cristo en la tierra, nosotras te consagramos a ti, este
Instituto y esta comunidad, con todos sus miembros y trabajos apostólicos. Te encomendamos
nuestras familias, nuestra Iglesia dominicana, al Papa, nuestros Obispos, sacerdotes, amigos y
bienhechores; colocamos bajo tu manto maternal nuestro país y todo el linaje humano. Dígnate
aceptar Madre querida nuestra humilde consagración y usa de nosotras según tu agrado.
Enciende en nuestros corazones el amor a la perfecta observancia de nuestras constituciones y la
práctica de la vida cristiana, con un celo ardiente por la salvación de las almas, mediante la
santidad de la vida consagrada. Nos dirigimos a ti con confianza, ¡oh Madre de la Altagracia!
Trono de La Divina gracia y Madre del amor hermoso, inflama nuestros corazones con el mismo
 
amor que ha sido inflamado tu inmaculado corazón. Y haz que, por medio de nosotras, reine y
triunfe el corazón de Jesucristo, tu Hijo, en todas las almas que servimos. Amén