Eucaristia de apertura a la comunidad Hijas de la Altagracia en Brooklyn, EEUU.
Nuestra vida apostólica
Nuestras vidas encuentran pleno sentido en el amor a Dios y en servir a los hermanos.
Las Hijas de la Altagracia, nos sentimos interpeladas a discernir los “signos de los tiempos”, a la luz del Espíritu Santo, para desde nuestro Carisma ofrecer una respuesta atinada a necesidades concretas, tanto sociales como apostólicas (Const.1). Nuestro apostolado ha de estar centrado en el anuncio de Cristo (cf Const.64), puesto que los cristianos necesitamos recomenzar desde Cristo, desde la contemplación de quien nos ha revelado en su misterio la plenitud del cumplimiento de la vocación humana y de su sentido. Queremos amar y hacer amar a Jesucristo para aprender de Él, en su seguimiento y la escucha de su Palabra, la dignidad y plenitud de la vida.
Como Hijas de la Altagracia queremos dejarnos consumir por el celo misionero, para llevar al corazón de la cultura de nuestro tiempo aquel sentido unitario y completo de la vida humana que solo en Dios podemos encontrar.
Consagradas para la Misión
“A imagen de Jesús, el Hijo predilecto, a quien el Padre ha santificado y enviado al mundo (Jn 10, 36), también aquellos a quienes Dios llama para que le sigan son consagrados y enviados al mundo para imitar su ejemplo y continuar su misión”.
“Más allá incluso del carisma, la misión está inscrita en el corazón mismo de cada forma de vida consagrada”, y es el único evangelio que muchos pueden leer. Así nos lo expresa el documento de Vita Consecrata al decir: “Su estilo de vida debe transparentar también el ideal que profesan, proponiéndose como signo elocuente del verdadero rostro de Cristo en el mundo (VC 25).
“La vida religiosa será, pues tanto más apostólica, cuanto más íntima sea la entrega al Señor Jesús, más fraterna la vida comunitaria y más ardiente el compromiso en la misión específica del instituto” (VC 72). Nuestra vocación al apostolado nace de nuestro compromiso en la construcción del reino, incorporándonos a la misión salvífica de Cristo, de cuyo misterio todo cristiano participa mediante el bautismo.

